lunes, 20 de julio de 2009


LA LLORONA.

En aquellos tiempos en que la comunidad era crédula, temerosa de los andríagos y la luz eléctrica alumbraba menos que un cocuyo, el servicio sólo se prestaba de 6 a 9 p.m., si no llovía, porque si San Pedro abría sus cataratas pródigas, el fluido sacaba la mano, La Llorona se ponía de ruana el tranquilo discurrir de los vecinos.
Un buen hombre, José María Gómez P., cualquier noche oscura se puso a buscar un grillo, para utilizar las patas, que según el tegüísmo, provocaría la diuresis del sobrino casi moribundo, debido a la retención de orina.
Sin lograr buen éxito en las calles y callejuelas, linterna en mano, se decide bajar a la quebrada La Renta, frente de las enantes llamada Sala de Curación. En la época del cuento, no existía cafetal sino un potrero cercado con alambre de púas a lo largo de la callejuela.
El señor de marras, se cuela por debajo de la cerca. Sigue quebrada abajo en busca del bichito. De pronto, escucha el chillido penetrante del grillo. Se agacha para localizarlo entre las piedras ribereñas.
Lo encuentra, cuando lo introduce en una cajita, oye un grito lastimero cerca de él. Voltea a mirar, con asombro ve sentada en una piedra grande, la dama que grita, con cabellera larga y abundante por delante de la cara, sobre la corriente.
Invadido de espantoso susto, corrió despavorido para ganar la calle. Dio tremendo salto y salvó la cerca de cuatro cuerdas sin tocarla, a pesar que el terreno es pronunciadamente inclinado con referencia al riachuelo.
Lívido, demudado, llega a su casa. Entrega la cajita con el grillo y cuál sería la sorpresa al encontrar allí, no al chillón deseado, sino un crespo de La Llorona...
El día siguiente, el cuento de La Llorona, en el lugar, fue el plato fuerte.
Algunos jovenzuelos traviesos, aprovechan la sicosis colectiva para acrecentar más el pánico aún. En las noches descritas, reparten entre ellos los sitios estratégicos, con el objeto de encaramar a la gente asustadiza. En los puentes de Villa Esther, la Avenida Ospina Pérez, cuando la quebrada corría a la vista, sin tapa, en el cogedero de agua de El Árbol, se meten con sigilo. A punto de media noche, al dar el reloj las doce campanadas, empieza la pesadilla. Con grito fortísimo, quejumbroso, imitan el alarido de La Llorona, primero aquí, luego más allá, y arriba, para dar la impresión que el espanto recorre la quebrada... Así transcurre bastante tiempo. Cierta noche a los jóvenes imitantes les llega la huéspeda no esperada ni presentida: al gritar, se sorprenden que como un eco su grito es respondido y ven una mujer mechuda de ojos centellantes acompañándolos.
La terrorífica aparición fue el salario y cura para sus picardías, que los convirtió en convencidos propagadores de la realidad del espanto.
Como la gente a todo le saca partido, las viejitas y viejitos murmuradores, cuando sabían de algún aborto provocado, mordían tierra y juraban, que La Llorona tenía la cara de fulana de tal. Verdad...? Mentira..? No lo podemos negar ni afirmar. Todavía de vez en cuando, se oye decir: anoche chilló La Llorona...!

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