lunes, 20 de julio de 2009

EL SEÑORÓN. Relatan los antiguos moradores contrátenos, con voz entrecortada, que a comienzo de siglo, proliferaron los espantos más singulares y medrosos.
Uno de ellos, por burlón y diabólico, ocupa puesto inolvidable en el recuerdo casi nebuloso de la gente anticoria.
Viejitas y viejitos beatos empedernidos, oidores de misa de 5 a.m., tenían el vicio de madrugar para ocupar puesto en el atrio del Templo, desde las doce de la noche en adelante, quizás aquejados de pertinaz insomnio, o por el irrefrenable deseo de parlotear el cuotidiano chisme de Ja víspera...
Las claridades aurorales, sorprendía la montonera de míseros, sentada en catres y banquetas.
El catre, para quienes no lo conocieron, era un asiento plegable, fabricado de madera tallada o torneada, fina pana o terciopelo y tachuelas doradas.
El opíparo festín de doliente prójimo, constituía el diario prólogo de la audición sacra y rutinaria...!
Cualquier madrugada, los míseros que vienen por las seis entradas que dan acceso a la plaza, ven a un hombre altísimo en el atrio que con los puños repica las campanas, tañido solamente percibido por ellos... El susto cunde, paraliza las extremidades inferiores, la sin hueso, el pulso repiquetea con fuerza en la piel...!
Sosegados después, con la creencia que se trata de algún guasón en zancos para infundirles miedo y ahuyentarlos, resueltos, firmes, avanzan para llegar al sitio indicado. No obstante, su cavilación pronto se esfuma, cuando observan estupefactos y confusos, que el gigante se achica poco a poco para hundirse entre las rústicas piedras del atrio...! Desaparece!
El cuento cundió por doquier, pero el gigante no quiso aparecer, burlándose de los espías que en vano velaron con la esperanza de otearlo.,
Los míseros madrugadores, recelosos aún, reanudaron la práctica mañanera que el burlón fantasma puso en cuarentena.
Varios años adelante, 1932, nuevamente el andríago juguetón, vuelve a ponerse de ruana el poblado mojigato. En efecto, en el mismo sitio, lo ven impecablemente trajeado: pañuelo vistoso anudado al cuello, pavita en la cabeza, enorme cigarrón que bota volutas olorosas al aire, artístico bastón que juguetea en sus manos... Se contonea y recorre el atrio. Va y viene. El calzado de charol y tacón parlante, saca chispas, perturba el aldeano silencio nocturnal...!
El pánico inunda el ánimo prevenido de quienes creen en brujas. También de los incrédulos.
El cura, encara el asunto con el Comandante de la Policía Interna. Trazan un plan estratégico: preparan una docena de policías para que a las doce de la noche, por parejas, se tomen la plaza, cuando escuchen el silbato del comandante de la operación.
Con antelación, el fraile impone a la tropilla, sendos escapularios y los rocía con agua bendita...
Llegó la hora crucial. Se escuchó el pito y la tropa irrumpió. El Señorón quedó rodeado, pero sin inmutarse, desciende del atrio. De una zancada pasa por encima de los burlados captores y se para en el techo de la casa de dos pisos de propiedad de don Luis Domingo Serrano, hoy de Toño Flórez.
Los policías quedaron frustrados, porque al pretender usar el arma de dotación, brincó al Cerro de la Cruz, para sepultarse en la cúspide, convertido en fino metal...!

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